AKALI, LA ASESINA SILENCIOSA

Si pareces peligroso, más te vale serlo


Akali, una acólito de la orden Kinkou, recorre un camino ella sola con el fin de proteger a su pueblo de las atrocidades de la guerra.

SALIR DE WEH’LE
—Ay... ¡Eh! ¡Bo'lii! —grito—. Te has pasado cortando, ¿no crees?
Despego la cabeza de la esterilla de mimbre en la que estoy tumbada y la giro para mirar fijamente al vastaya arrodillado encima de mí. Puedo sentir la sangre recorriéndome la espalda.
—¿Por qué no tienes un poco más de cuidado? —añado.
Bo'lii retira de mi hombro el qua'lo y el mulee, las herramientas de tatuador parecidas a un martillo y un cincel talladas en hueso de serpiente. Algunos utilizan otros animales o metal, pero los huesos de serpiente tienen la porosidad precisa para darle a la tinta la fina línea que un maestro como Bo'lii requiere para trazar sus obras. Vuelve a gotear sangre del mulee y se desliza por mi espalda. Él sonríe, la seca con un trozo de tela vieja y sacude la cabeza. Después levanta las manos y se encoge, como para preguntar si quiero que pare.
Pero no articula palabra. Los soldados noxianos le cortaron casi toda la lengua antes de que yo empezara a venir aquí, pero lo conozco lo bastante bien para saber lo que quiere decir con solo mirarme. Su trabajo bien merece las pequeñas molestias.
¿Y la sangre? Puedo aguantar un poco de sangre. Y también mucha, si no es la mía.
—Púlelo un poco y ya está, ¿vale? Creo que no tenemos mucho tiempo —le digo.
Bo'lii empieza a dar golpecitos en el mulee con el qua'lo y a añadir la tinta. Tiene las mejores tintas: colores vivos elaborados con bayas de Raikkon molidas y pétalos de flores encantadas que solo se encuentran en la cara sur de los riscos de Vlonqo. Es un maestro, y me honra ser su lienzo.
Empecé a venir a Weh'le poco después de dejar de escuchar a Shen. Todos esos años en la orden Kinkou "andando con pies de plomo". Suficiente. Shen se equivocaba con eso. Y conmigo.
Reprimirme nunca ha sido lo mío.
Vuelvo a girarme en la esterilla y apoyo la barbilla sobre las manos. Mantengo la vista fija en la puerta que lleva a la taberna de Bo'lii. El lugar está limpio, pero el aire está cargado de culpa. En la taberna confluyen una mezcla de ladrones, fugitivos y malas decisiones. La gente recurre a Bo'lii en busca de una forma de salir de Weh'le. De Jonia. Porque entrar en Weh'le es difícil... pero salir aún lo es más.
Weh'le es un puerto fantasma, un poblado costero oculto protegido por las propiedades místicas de Jonia. A diferencia de Fae’lor, no recibe a los forasteros y no aparece en los mapas. Las pocas veces que Weh'le aparece, es siempre bajo sus términos, retando a la gente a hacer cosas estúpidas.
La mayoría llegan por mar, soñando con riquezas, hallazgos o simplemente con una vida nueva, pero solo necesitan un instante para ver como se esfuman sus esperanzas. Para empezar, la línea de costa que los había atraído se desvanece tras un denso muro de niebla cobalto electrizado con energía arcana. Después, el mar se alza y cae violentamente antes de liberar torrentes de olas destructoras. Cuando los supervivientes se aferran a los restos de su nave, la niebla se retira un brevísimo instante, lo que les permite atisbar los faroles titilantes de Weh'le, como si esta los despidiera cruelmente justo antes de que el agua los arrastre hasta el fondo de la Bahía Sin Aliento.
No puedo hacer nada por esa gente. No son de los míos. No son mi problema.
Bo'lii deja de dar golpecitos. Estoy aquí por una persona que nada tiene que ver.
Siento mi bolsa pegada al muslo. Me tranquilizo, aunque prefería llevarla encima. Así podría lanzar tres kunai a tres corazones instintivamente. Tres muertes sin pensarlo. Desde donde está ahora, tendría que pensar un poco.
Alzo la mirada justo a tiempo para ver al hombre que atraviesa la puerta delantera. Lo rodean tres guardias con uniformes de combate.
—Bueno, eso me lo pone fácil... Me pregunto a quién tengo que matar —me burlo.
Bo'lii se ríe. Eso puede hacerlo hasta sin lengua. La risa suena un poco extraña, pero auténtica. Vuelve a sacudir la cabeza y a hacer eso que siempre hace. Con una serie de movimientos de la mano y de la cabeza, me indica que esta vez procure ocuparme de mis asuntos fuera, cuando salgan de su establecimiento.
—Sabes que no te lo puedo prometer —digo mientras echo un ojo a mi bolsa y me vuelvo hacia el barullo de la taberna.
Me paro en el umbral de la puerta y me giro hacia él.
—Haré lo que pueda —digo antes de cubrirme la cara con la máscara. No me importa que me vean, pero podrían verme riendo y supongo que ya sería demasiado.
El tipo que va con los guardias sí es de los míos: un alto concejal de Puboe, un lugar cercano a la orden Kinkou. Pero, igual que muchos otros, vendió su pueblo a los invasores a cambio de oro y un trayecto seguro hasta Weh'le y más allá. Así que ahora él sí que es mi problema.
Pero es un problema que no saldrá de aquí. Claro que podría haber acabado con él mientras dormía en la posada, o cuando, de camino a Weh'le, acamparon junto a la carretera, pero ¿dónde quedaría la diversión entonces? Quiero que saboree el aire salado. Quiero que tenga una sensación de alivio antes de que le llegue el fin. Pero también quiero que los demás lo vean pagar por sus crímenes y que sepan que no quedarán impunes.
Las acciones tienen consecuencias.
Me aproximo sin hacer ruido. Se acerca una jarra de cerveza a los labios con manos temblorosas. Sus guardias se ponen en pie para defenderlo en cuanto se percatan de mi presencia. Estoy impresionada.
—Me alegro de ver a alguien con buenos modales por aquí para variar —digo con una sonrisa que no pueden ver.
—¿Cuál es tu problema, niña? —pregunta uno de ellos a través de una coraza de acero picado y deslucido.
—Él —respondo señalando con mi kama. Relucen en él matices de la magia con la que se forjó—. Ahora mismo, él es mi problema.
Los guardias sacan las armas, pero antes incluso de dar un paso hacia mí, desaparecen en un denso aro de humo cegador. Los kunai comienzan a volar y golpean a sus objetivos emitiendo un satisfactorio ¡FIUN! de carne y hueso.
Uno. Dos. Tres.
Pasos.
Envío dos kunai más en esa dirección. Un sonido metálico, seguido por el murmullo de los proyectiles que rebotan en las paredes.
Más pasos.
—¡Os toca sangrar! —llamo su atención, al tiempo que lanzo un shuriken desde la cadera y ruedo por la habitación siguiendo su trayectoria.
Atravieso el humo para ver al último guardia despatarrado en el suelo, junto a la puerta. Los tres dientes del shuriken están alojados en el interior de su tráquea; puedo ver como sube y baja su pecho ligeramente. Le cojo del cuello de la camisa y lo levanto, solo para asegurarme.
—Casi... —susurro.
En ese momento, oigo un gorgoteo detrás de mí. Me giro y, tras el humo que se disipa, veo al concejal desangrándose en el suelo. Tiene los ojos abiertos y los mueve velozmente de un lado a otro, preguntándose qué acaba de pasar.
Ahora parece haber encontrado la paz.

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