AHRI, LA MUJER ZORRO DE NUEVE COLAS

Las emociones humanas pueden ser más volátiles incluso que la magia más profunda


Ahri es una vastaya conectada de forma innata al poder latente de Runaterra, y es capaz de convertir la magia en orbes de energía pura. Disfruta jugando con su presa, manipulando sus emociones antes de devorar su esencia de vida. A pesar de su naturaleza depredadora, Ahri posee cierto sentido de la empatía, ya que recibe recuerdos de cada alma que consume.

UN INTERCAMBIO JUSTO
El mercado olía a incienso quemado y col podrida.
Ahri se envolvió con su capa, cubriendo sus nueve colas, y jugueteó con sus amuletos gemelos de piedra solar para distraerse del hedor. Los hacía rodar entre sus dedos y los juntaba de un chasquido. Ambos tenían la forma de una llama abrasadora, pero habían sido tallados de tal modo que sus bordes más afilados encajaban entre sí, formando un orbe perfecto. Hasta donde alcanzaba su memoria, siempre había llevado las dos piedras doradas consigo, aunque no conocía su origen.
A pesar de estar un entorno poco familiar, se sintió reconfortada al sentir la magia latente vibrar a su alrededor. Pasó junto a un puesto con docenas de cestas de mimbre llenas hasta el borde de piedras pulidas, conchas con leyendas de una tribu marina talladas en ellas, dados de juego esculpidos en hueso y otros objetos curiosos. Nada se parecía a los amuletos esculpidos de Ahri.
—¿Buscas una gema que sea tan azul como el cielo? —preguntó el mercader de barba gris—. A ti, te vendería una alhaja cerúlea por el coste de una sola pluma de cuervo llorón, o quizás por la semilla de un árbol jubji. Soy flexible.
Ahri le sonrió, pero sacudió la cabeza y siguió paseando por el mercado, con sus piedras solares en la mano. Pasó junto a un puesto lleno de verduras de un color naranja chillón. También vio a un niño que vendía frutas que cambiaban de color según el tiempo, y al menos a tres vendedores ambulantes balanceando cubos llenos de incienso que aseguraban haber descubierto la forma más profunda de meditación.

—¡El futuro! ¡Acercaos para que os lea el futuro! —gritaba una mujer joven con ojos color lavanda y rasgos suaves—. Descubrid de quién os enamoraréis, o cómo evitar la mala suerte con un poco de raíz de bardana. Si preferís dejar vuestro futuro en manos de los dioses, responderé preguntas sobre vuestro pasado. Aun así, os recomiendo saber si estáis en riesgo de morir envenenados.
Un vastaya con orejas felinas estaba a punto de morder un pastelito picante. Se quedó congelado y miró a la adivina alarmado.
—La respuesta es que no, por cierto. Te la regalo —dijo, haciéndole una reverencia justo antes de girarse hacia Ahri—. En cuanto a ti... Parece que tienes un pasado oscuro y misterioso. O algunas historias dignas de ser compartidas. ¿Tienes alguna pregunta que hacerme, señorita?
A través de las pesadas capas de incienso, Ahri notó la esencia de las pieles húmedas y el cuero especiado que colgaban del cuello de la mujer.
—Gracias, pero no —respondió—. Estoy dando una vuelta.
—No encontrarás más amuletos de Ymelo en este mercado, me temo —dijo la mujer, señalando con la cabeza las piedras solares de Ahri—. Como esos que tienes.
Ahri notó como el vello de la espalda se le erizaba y se acercó a la mujer. No quería dejar que la emoción la superase.
—¿Sabes lo que son? ¿De dónde vienen?
La mujer miró a Ahri a los ojos.
—Creo que son de Ymelo —contestó—, pero nunca los había visto en persona. Solo talló un número limitado en su época, y muchos de los pares se separaron durante la guerra. Son verdaderamente raros.
Ahri se acercaba más con cada palabra que pronunciaba.
—Soy Hirin, por cierto —dijo la mujer.
—¿Sabes dónde puedo encontrar a ese artesano? —preguntó Ahri.
—No tengo ni idea —contestó Hirin riéndose—. Pero, si entras, te contaré lo que sé.
Ahri se cubrió los hombros con la capa y siguió encantada a la vidente a través de la caseta, que llevaba a una caravana decorada con pieles de animales.
—¿Un poco de té? —le ofreció Hirin—. Lo hice esta mañana.
Sirvió dos tazas de un líquido del color del vino de ciruela, y se quedó con una de ellas. El té sabía a corteza de roble amarga, mezclado con una pizca de miel empalagosa. Hirin extendió la mano para que le dejase ver las piedras, pero Ahri no se las dio.
—Me da la sensación de que son especiales para ti —dijo la mujer con una sonrisa irónica—. No te preocupes, no tengo ningún interés en vender piedras solares robadas. No está bien visto para la reputación de una chica.
—¿Podrías decirme de dónde vienen? —preguntó Ahri, entregándoselas con cuidado.
Hirin las miró a contraluz.
—Son preciosas —dijo—. No sé cómo encajan tan bien. Nunca he visto nada igual.
Ahri no respondió. La miraba con curiosidad, sin apartar los ojos de ella.
—La leyenda cuenta que el escultor conocido como Ymelo coleccionaba huevos de lagarto fosilizados de miles y miles de años de antigüedad, y que los tallaba con formas complejas. Estos lagartos antiquísimos existían mucho antes de que el mar Ghetu se secase hasta convertirse en un desierto sin más que huesos petrificados y polvo.
Hirin tosió y Ahri detectó un toque amargo en su aliento, como si hubiera bebido vinagre.
—Las piedras de Ymelo están diseñadas como pequeñas piezas que encajan en una escultura más grande —continuó.
La mujer le colocó las piezas doradas frente a los ojos.
—Igual que tu pasado te ha dejado información por conocer, estas piedras puede que tengan muchas partes que, combinadas, crean otra forma diferente. Quién sabe en quién te convertirás cuando conozcas tu historia. Con las piezas que te faltan, puede que descubras más cosas de las que te gustaría.
—Unas palabras muy bonitas —murmuró Ahri, mirando a la mujer.
Después de un momento de silencio, Hirin se rio.
—Algunos hilos son reales, otros son inventados. El tejido de una adivina no debe mostrar sus costuras.
La mujer sacó un cuchillo de cazador de un armario.
—Entretejo lo justo para que os quedéis —dijo—. Hasta que el té os afloja los músculos.
Ahri dejó escapar un gruñido suave entre sus labios. Haría trizas a esa mujer. Intentó levantarse, pero sus extremidades no la obedecían. No se podía mover.
—No hace falta que hagas eso, señorita. Tan solo necesito una cola. Me sirve para varias pociones. Además, es extremadamente valiosa. O eso creo. Nunca había visto un vastaya con colas de zorro. El té merma el dolor, además de tu... movilidad.
Hirin envolvió una de las colas de Ahri en un vendaje. Ahri intentó resistirse, pero seguía sin poder moverse.
—Te despertarás mañana como nueva —dijo la mujer—. Bueno, con una cola menos. ¿De verdad usas las nueve?
Ahri cerró los ojos y absorbió las reservas de magia de su alrededor. El ambiente tenía tanta como necesitaba, pero el té la había debilitado demasiado como para atraerla toda hasta ella. Entonces, decidió acceder a la mente de Hirin, que era mucho más maleable, y se adentró en ella.
Ahri abrió los ojos y la miró intensamente. Los ojos de la adivina pasaron de un color lavanda a violeta.
—Hirin —dijo—. Acércate más. Quiero ver la cara de quien me ha engañado.
—Por supuesto, señorita —respondió Hirin, paralizada. La voz de la mujer sonaba hueca, como si proviniese del fondo de un pozo.
Se inclinó hasta que su cara quedó a tan solo unos centímetros de la de Ahri. La vastaya inhaló, absorbiendo esencias de la vida de la mujer a través de su respiración.
Hirin era una niña hambrienta y asustada que se ocultaba entre los puestos de mercado. Dos hombres discutían arriba y la buscaban. Sus arcas estaban vacías, después de días de trabajo...
Ahri continuó drenando su vida, tomando muestras de recuerdos de pura emoción. Dejaban un sabor agradable en la boca de Ahri, que disfrutaba del toque especial de cada emoción.
Hirin le leyó el futuro a una bruja doctora cubiertas con velos y recibió una moneda de cobre por las molestias. Usó ese dinero para comprar un mendrugo de pan, que devoró en cuestión de segundos...
En una taberna de mala muerte, un grupo ruidoso jugaba a las cartas. Un hombre con cejas que parecían alas de mariposa jugaba con una piedra de Ymelo dorada mientras Hirin observaba desde las sombras...
Hirin seguía a Ahri mientras caminaba por el mercado. Una de sus colas de zorro se asomó por debajo de su capa. Atrajo a la vastaya hasta su caravana...
Suficiente.
Ahri paró, la cabeza le daba vueltas con renovado vigor. Con cada recuerdo que le robaba a Hirin, sentía que recuperaba la energía de sus músculos, que el veneno desaparecía de ellos.
Volvía a tener fuerza, así que sacudió las extremidades, que ya le respondían, y sus colas se estremecieron de un escalofrío. Sintió un hormigueo.
Hirin la miraba con los ojos como platos y aturdida, pero bastante viva. Sería ella quien se levantaría mañana, como nueva, salvo con unos recuerdos menos que no echaría en falta.
Con los nuevos conocimientos acerca de la vida de la mujer, la ira de Ahri se había desvanecido. Le acarició la mejilla, se envolvió los hombros con su capa y salió al soleado mercado.
Hirin no recordaría haberla conocido. No obstante, Ahri había conseguido algo del intercambio: un nombre que rastrear, Ymelo. Además, la imagen del hombre con cejas como alas se le había quedado grabada en la mente.

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